Pocos
son verdaderamente los hombres que no anhelan una seguridad que no encuentran
en ellos mismos. Pocos aceptarán esta vida, buena o mala, tal como ella es.
Casi todo el mundo se inclina a creer, contra toda razón, que los acontecimientos
no están sometidos a las leyes de causa y efecto, sino que en cierto modo puede
manejárselos mágicamente. Asimismo, en épocas como la nuestra, cuando una
guerra sigue a otra guerra y cuando parecen desmoronarse las convenciones
normales de la sociedad, la sensación de inseguridad es más fuerte y profunda
que nunca. A la gente le parece con mayor frecuencia que de ordinario que sus
virtudes quedan sin recompensar o que constituyen una positiva desventaja.
Llegan a recelar de la iniciativa y a desesperar de la justicia, y sin ningún
impulso en sus propias vidas que los lleve a alimentar esperanzas, se inclinan
a imaginar, como solaz de sus espíritus frustrados, algún otro mundo después de
la muerte, en el cual los obvios errores, crueldades y perversidades de este
mundo están de alguna manera corregidos y, en un sentido místico, hasta
justificados. Encontramos este sentimiento no sólo en los misteriosos cultos de
los griegos, sino hasta en pensadores completamente racionales como Platón. En
mi propia vida he advertido hasta qué punto esta necesidad de confortación en
otro mundo se ha difundido de manera muy notable entre nuestro pueblo,
especialmente entre mujeres, esclavos y legionarios que han servido en el
Oriente. En cierto sentido, creo que me es lícito afirmar que me opongo a tales
manifestaciones de desasosiego. Mi aspiración ha sido crear y mantener el
orden, organizar una sociedad de manera tal que la iniciativa encuentre campo
de acción y que sea posible hacer justicia. Sin embargo, aun cuando se lograra
semejante estado de cosas, habría lugar, según creo, para abrigar recelos.
jueves, 27 de marzo de 2025
CÉSAR DICE SOBRE LA RELIGIOSIDAD DE LA GENTE
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